EL JINETE GUAPO
Este jinete guapo que aquí ven es mi hermano Neftalí. Lleva el nombre de nuestro padre y de nuestro abuelo pero de cariño siempre le hemos dicho Talí.
Además de ser un hombre de caballos, Talí es un hombre de mar. Como buen jarocho es de marisco fresco, lancha y pesca, harpa y marimba, palmera y mango. Canta el Veracruz de Agustín Lara mejor que cualquier trovador. Cuando va a nuestro puerto amado, no perdona la ida a los Portales, la Parroquia y Boca del Rio. No se va sin su coctel de camarones. Los alimentos y su siesta son sagrados. Eso sí, es de estómago delicado y no consume lechuga corriente. El café lo bebe solo en tacitas pequeñas, estilo expreso. Come harto y nunca engorda; su metabolismo da envidia y su energía también. Quince minutos de siesta le bastan para quedar entero y listo para parrandear toda la noche. Baila el son jarocho y la salsa a la menor provocación, y a pesar de que las sobrinas se burlan de su estilo “a la antigüita’, él baila sabroso.
Talí nació un primero de Noviembre hace ya algunos años (no diremos cuántos). Fue el segundo hijo después de mi hermana Pilar. Mis hermanos mayores se llevan once meses, o sea que son ‘hermanos irlandeses’ y por ende, durante ciertos días (como hoy) comparten la misma edad. Eso, y el que mi madre haya tenido cuatro hijos seguidos, después de él, se debe a la fe católica inquebrantable de nuestra madre. Murió embarazada de un séptimo hijo. Pero esa es otra historia.
El primero de Noviembre la religión católica celebra el día de todos los santos. Mi padre en alguna ocasión me dijo que su ‘Nenuco’ (así apodaba a Talí) había sido un regalo de “San Neftalí”. O sea un regalo a sí mismo, porque al decir “San Neftalí” se señaló. Lo dijo en broma, por supuesto, pero en el fondo tenía toda la razón: Talí ha sido un gran regalo para todos los que tenemos la dicha de disfrutarlo.
Desde pequeño tenía ángel ese güerito flaco, simpático y travieso (más bien tremendo). A los abuelos los desquiciaba, a las maestras también, pero a los tíos se los echaba al bolsillo con admirable destreza. El tío Silviano, por ejemplo, hermano de mi padre (un galán soltero) jalaba con él para todos lados. Seguido lo sacaba de la escuela para llevárselo “de pinta”. Mi pobre madre se quejaba pero el cuñado no le hacía caso. Igual se lo robaba a medio recreo y se lo llevaba al boulevard a “ver a las chamacas” en su coche flamante, convertible. Otros días iban al muelle a pescar. Lo consentía como si fuera su propio hijo. Como Talí era animalero, le regalaba todo tipo de mascotas. ¡Hasta un chango le regaló! Pero el mejor obsequio definitivamente fue el caballo que nuestro padre le compró, a insistencia de su hermano Silviano. Así nació la pasión de Talí por montar. Hoy, cada que puede, se escapa a Tepoztlán a cabalgar. Va con los amigos, con su esposa, o con su perro pero él va, porque de otra forma se siente mal. Hay algo entre él y sus caballos que nada, ni nadie, puede reemplazar.
Por el lado materno, siempre fue el consentido del tío Domingo. Cuando mi madre falleció, el cariño entre ellos creció. Talí tenía ocho años y mi padre estaba abrumado con sus propias heridas, su duelo y su viudez. El tío, en plena juventud, lo tomó bajo el ala, y lo acogió. Bajo su tutela mi hermano aprendió muchas verdades, pero quizás la más importante fue esta: hay que gozar la vida en las buenas y en las malas. Ese ha sido el lema de la familia Muguira quienes, a pesar de haber sufrido innumerables (e innombrables) tragedias, no dejan de vivir con intensidad y alegría. No conozco a nadie que haya saboreado su vida tanto como Talí.
Todavía escucho sus carcajadas en la casa que nos vio crecer. Le daba risa que sus hermanitas fuéramos tan ‘mojigatas’, sobretodo Pilar. Eran los años de la minifalda, la mota y el sexo libre – cosas muy ajenas a esa jovencita dulce que siempre estuvo en el cuadro de honor de la escuela de monjas. Ellas la querían para su congregación y hacían lo imposible por reclutarla. El puritanismo que tanta risa le daba a Talí era el resultado de ese esfuerzo. Y no. Pilar nada tenía que ver con los amigos hippiosos y marihuanos de nuestro hermano. Era inevitable que un mar ideológico se creara, separando (pero nunca el cariño) a los hermanitos irlandeses. Y es que Talí no tenía la culpa de andar con la ‘plebe”. Mi padre había decidido que lo mejor para sus hijos varones (Talí y Manolo) era que asistieran a una escuela pública para ‘hacerse hombrecitos”.
Talí se reía, sobretodo, de nuestro hermano Manolo. ¡Cómo le encantaba hacerlo enojar! Y aquél, que de por sí era corajudo (es que nació en el medio de un ciclón) lo complacía, haciendo rabietas cada que lo molestaba, que era siempre. A nosotras, las hermanitas más pequeñas, nos ponía en pique “a que no le quitas la muñeca a Tere” decía, por ejemplo “a que no te atreves”. Y rápido caíamos en su juego. Cuando veníamos a ver, rodábamos por el suelo agarradas de las greñas mientras aquél gozaba del show. No por nada lo apodábamos ‘Talí el jodón”. Hoy doy gracias por ese ‘jodón” que me ha enseñado a reírme de la vida, y de mi misma
Mi hermano siempre fue amiguero, como lo fue nuestro padre. No puede uno andar en la calle con él sin que alguien lo detenga y le de un abrazo. Los amigos aprecian su lealtad y honestidad. Disfrutan su sentido del humor. Es fiestero pero no se excede. Cuida su salud y su cuerpo porque es vanidoso (una virtud a nuestra edad, creo yo). De adolecente se pasaba las horas midiéndose los músculos frente al espejo. Al irse a dormir se mojaba el cabello, espeso y rizado, y se ponía una media de nylon en la cabeza, para alisárselo. Quería verse como los Beatles, un look que nunca logró. Hoy su espesa cabellera (ya canosa) es la envidia de sus contemporáneos calvos.
Tiene dos hijos suertudos y muchos nietos todavía más afortunados. A través de los años mi marido tuvo que soportarme cuando le reclamaba por qué no era niñero, como Talí. Mi hermano se echaba al suelo a jugar a las barbies, o a las luchitas con sus hijos. Les contaba cuentos, les besaba sus ‘cocos” y los hacía reír con sus payasadas. Yo quería un papá así para mis hijos. Eventualmente comprendí que cada papá tiene su propia manera de demostrar su amor. Además, he llegado a la conclusión de que el estilo tierno (casi maternal) de Talí es excepcional. ¡Qué mal hice en medir a mi esposo contra un estándar tan alto!
Las tristezas de la vida siempre conllevan bendiciones. En nuestro caso la pérdida de nuestra madre hizo que los hermanitos nos refugiáramos en amor mutuo. En este núcleo fraternal, Talí ha sido la membrana que nos ha protegido. Está pendiente de todos. Nuestro bienestar le preocupa y quizás por eso (y no por las lechugas) sufre del estómago. Cuando hay que tomar decisiones, le pedimos su opinión. Es justo y transparente pero no siempre lo obedecemos. Eso si que no le da risa y lo pone de mal humor. Es un poco terco y dictador. Y es que es jinete con las botas bien puestas.
Soy de las que opinan que uno tiene lo que uno mismo se genera. Ese güerito flaco y travieso, ese chico vanidoso y jodón, ese hombre alegre y amoroso (y terco) ha sabido generarse salud, abundancia y amor. Está fuerte, es exitoso y goza del amor de una esposa encantadora y bella– una mujer de risa fácil, como él.
Me da tremenda alegría poder escribir ese último párrafo. Doy gracias que Tali sigue desfrutando intensamente esta aventura. Y es que no podía ser de otra manera. Nació con ángel. Nació el día de todos los santos. Fue un regalo de San Neftalí.